El desván de los Sin nombre...
Un líquido viscoso, amarillo. Carne tumefacta. Inhala formol directamente a sus pulmones mientras intenta gritar, pedir socorro, emitiendo solo un grito sordo. Los músculos entumecidos. Frío. Quiere nadar, salir de la piscina de formol, pero no puede. Angustia. Necesitamos una pierna izquierda, una voz grita de fondo. Tiembla. Un ayudante de laboratorio se acerca, husmea en busca de su objetivo. No hay piernas izquierdas. Miedo. Hubo suerte, tomó al hombre que estaba a unos centímetros suyos. Lo transporta con sumo cuidado y respeto a la camilla de mármol y lo deposita en ella. Saca sus instrumentos y comienza a desgarrar la carne, despedaza el cuerpo. Devuelve éste antes íntegro ahora incompleto a la piscina. Crashhh. Un ruido de cuerpos dilatándole. Insomnio ante el lento pasar de las horas. Su cuerpo maleable, transformado en una masa deforme, se asemeja a la goma de mascar. Soledad. Sueños bajo las aguas, silencios en la superficie. Ansiedad. Tertulia de autistas. Ojos que rezan por no ver.