>> Los juicios de Salem <<

Las campanas de la iglesia puritana doblaron advirtiendo el juicio de almas.

Un cuervo negro que presenciaba la escena desde lo alto de la torre graznó presa de la tristeza.

Maniatada, con unos mechones de su negro cabello revueltos por la cara, una muchacha trataba inútilmente de liberarse de su calvario. Unas gotas de frío sudor le corrían por la frente, consciente de su destino, el miedo se instalaba en sus entrañas. Junto a ella, de pie en la carreta de caballos, iban dos mujeres más, aterradas por los gritos del gentío, que las insultaba y lastimaba arrojándoles piedras.
El jurado había hablado, la sentencia estaba echada, en Salem el de hoy era un acontecimiento frecuente.
Ella nunca había tratado con Satanás, en cambio muchas de las mujeres que contemplaban la escena sin miramiento alguno si eran dignas de ser intimas amigas suyas. Eso poco importaba, la habían acusado de brujería.
La carreta se detuvo bajo un grueso árbol y de una de sus ramas prendieron tres sogas, una por cabeza. Un verdugo sin corazón las amarró a sus cuellos.
El reverendo escrutaba con la mirada el pánico en sus rostros mientras balbuceaba unas frases en una lengua extraña con el propósito de liberar el demonio que llevaban dentro. Cuando acabó dio la orden y los caballos se pusieron en marcha, por su propio peso cayeron rompiéndose el cuello y las sogas asfixiaron sus gargantas.
Los ojos de la muchacha se clavaron en los suyos y de su boca manó un juramento, mi muerte será la llave que os cierre por siempre las puertas del cielo.