2006-07-28

El Lago


Resulta extraño ver como casi todo lo que un día tuvo significado alguno para nosotros deja de tenerlo. Cuando era pequeña me encantaba un lago cercano a mi casa. Solía perderme entre sus árboles, fue mi lugar de estudio, de botellones con los amigos y fiestas de diverso tipo, también un lugar al que evadirme cuando estaba triste o buscaba estar sola.

Podía pasarme horas contemplando ese sauce llorón que tanto me gustaba y al que había trepado una y mil veces. Estaba situado en una de las orillas desde donde se contemplaba el lago en su totalidad. Me atraía su majestuosidad, la nostalgia que desprendía, desaliñado y con un cierto aire romántico, en medio de esa nada.

Vio pasar buena parte de mi vida, al igual que fue testigo de nuestros encuentros clandestinos en la noche…

No hace tanto que volví a ese lago y me apenó descubrir que ya no estaba. Se marchitó el árbol de la melancolía igual que nuestra historia. Todavía figuran juntos nuestros nombres, grabados en un banco. De él solo quedan raíces viejas sin signo de vida alguno. Quedaron fosilizadas, como el recuerdo de que un día nosotros fuimos uno.

Me enloquecía sentir tu mano en mi espalda y las huellas de mis dedos todavía desprenden tu aroma. Apuesto a que también el viejo sauce se estremecía con tu presencia.

Ya no cuento con tus caricias, que me guíen en medio de mi locura... Tampoco con mi árbol, como fiel compañero. Sólo me queda un lago lleno de recuerdos que no sirven sino para entristecerme, para que de mis ojos broten unas lágrimas al mirar al pasado y entender, cuan efímero es todo aquello que un día nos hizo felices…